"Nada puede curar el alma salvo los sentidos, del mismo modo, nada puede curar los sentidos salvo el alma." (Oscar Wilde)
Es verdad que las películas de género deportivo suelen tener demasiadas veces un factor en contra: su previsibilidad. Pero también es cierto que se prestan, quizá también más que ninguna otra, a reflejar la vida humana en su faceta más romántica: la de lograr que los sueños se hagan realidad.
Películas como Seabiscuit son capaces de arrancar en el espectador una emoción verdadera, el ansia de no rendirse jamás ante las dificultades, la convicción de que aunque seamos pequeñas personas siempre seremos capaces de hacer cosas grandes. Y eso es importante para mantenerse vivo.
Seabiscuit es la historia de un pequeño caballo que se convirtió en una leyenda allá por los años treinta, en el Estados Unidos hundido por la depresión. Pero es también la aventura de superación de tres personas cuyo mundo se había derrumbado por completo.
Johnny "Red" Pollard es un joven jockey que malvive con trabajos de poca monta y cuya vida solitaria tras el abandono de sus padres se ha convertido en una pesadilla.
El millonario Charles Howard es un hombre hecho a sí mismo, pero que ha perdido lo que más quería, en la vida, su mujer y su hijo.
Tom Smith es un vaquero de los de antes, los que aman la naturaleza y la vida más que el dinero ("no se tira una vida por la borda sólo porque esté un poco magullada", dice), lo cual no le ha permitido prosperar y ha acabado por ser un hombre sin futuro. Pero el destino quiere que estas tres personas se encuentren y entablen relación en torno a un pequeño caballo de carreras que les devolverá las ganas de vivir.
El sueño americano sobre cuatro patas
En los años 30, Seabiscuit ilusionó a millones de personas que en Estados Unidos habían perdido la esperanza de recuperación. Pero Seabiscuit fue mucho más que una ilusión deportiva. Ese caballo, pequeño y sin pedigrí, osó llegar hasta donde sólo lo habían hecho los grandes corceles tratados a cuerpo de rey en suntuosas mansiones. Para millones de personas, Seabiscuit representó el triunfo de los pequeños frente a los grandes, de los humildes frente a los poderosos, de los pobres frente a los ricos. De ese modo llegó a ser un estandarte del resurgimiento de Norteamérica. Algo así como el sueño americano sobre cuatro patas.
Gary Ross adapta el libro de Laura Hillenbrand, basado en hechos reales, y él mismo se encarga de dirigirlo. Su cámara se mueve con soltura al filmar las carreras -magnífica fotografía de John Schwartzman-, con primorosos primeros planos llenos de fuerza y belleza. Pero su guión no olvida esos temas de los que hemos hablado antes, concediendo un dramatismo notable al mundo interior de los personajes, plagados de tristezas, dudas, contradicciones, pero también de esperanza: corazones magullados, pero todavía vivos. Logra de este modo una película brillante y humana, también gracias al excelente reparto, entre los que destaca Jeff Bridges. Su grito final emociona de verdad.
Y de todas las gloriosas frases que contiene esta pelicula, me quedo con ésta : "No se tira una vida por la borda sólo porque esté un poco magullada"
y esta otra: "No importan sus patas, lo que de verdad le mueve es su corazón"
Pues al igual que Seabiscuit... "Hagámos trabajar al corazón"
(Y esto me ha recordado otro post "Empezar de cero", ahí queda..)
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