Tengo lo que tengo y nada más, pero no me quejo. Mis manos, ya habituadas a asir lo mío, no son victimas ni victimarias. Se cierran lentamente y advierto los puños en que se han convertido.
No agreden, no golpean, pero por las dudas se abren de nuevo, porque en última instancia tienen la vocación de acariciar y ése es su oficio primordial. Infortunadamente no tienen a su alcance pezones celestiales. La manos lloran tímidos sudores y me conmueven con sus diez dedos de nostalgia.
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Tengo lo que tengo o más bien lo que tuve. En mi alma hay un pozo y en mi sangre hay un náufrago. Mis pensamientos quieren por unanimidad llevarme al sacrificio, pero mis sentimientos pagan el rescate y me evado con ellos.
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(Mario Benedetti, de su libro "Vivir adrede)
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