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El apagón
Hace tres o cuatro noches, en plena tormenta cayó un rayo, una furibunda centella que dejó toda la ciudad a oscuras. Nadie recuerda un apagón tan absoluto. Ni siquiera veíamos nuestras manos, ni mucho menos las manos de los otros. Quedamos inmóviles y desorientados, ignorando si aquello era un cataclismo o simplemente un bostezo de Dios.
Al menos en la oscuridad se aprende algo. Particularmente se valora la importancia de la luz, la bienaventuranza del sol, la bendición de la electricidad. La televisión, la computadora, el refrigerador, se llaman a silencio, y todos regresamos a un pasado remoto, no importa si con los ojos abiertos o cerrados.
El mundo se convierte instantáneamente en nada, pero dentro de esa nada suenan voces. A la voz no la apaga el apagón. Cantamos, gritamos, sollozamos, insultamos al desprolijo destino que nos pone en este trance.
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Estamos a ciegas, sólo nos queda el tacto. Con él distinguimos:la madera, del acero; la porcelana, del vidrio; el tenedor, de la cuchara.
Vaya, vaya. ¡Se encendió mi portátil! La ciudad es nuevamente ciudad. Tu rostro querido otra vez es tu rostro. ¡Que vivan las luces!.
(Mario Benedetti)
¡Que vivan!!!!!
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