"Le dijo Pedro: Hombre, no sé de qué hablas. Y en áquel momento, estando hablando, cantó un gallo y el Señor se volvió y miró a Pedro...Y Pedro saliendo fuera, rompió a llorar amargamente"
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Pero siempre tuve la incómoda sensación de que Él deseaba que le mirara a los ojos, cosa que yo no hacía. Yo le hablaba, pero desviaba mi mirada cuando sentía que Él me estaba miando.
Yo miraba siempre a otra parte. Y sabía por qué: tenía miedo. Pensaba que en sus ojos iba a encontrar una mirada de reproche por algún pecado del que no me hubiera arrepentido.
Pensaba que en sus ojos iba a descubrir una exigencia; que había algo que Él deseaba de mí.
Al fin, un día, reuní suficiente valor y miré. No había en sus ojos reproche ni exigencia. Sus ojos se limitaban a decir:"Te quiero". Me quedé mirando fijamente durante largo tiempo. Y allí seguía el mismo mensaje:"Te quiero".
Y al igual que Pedro, salí fuera y lloré.
(Anthony de Mello, El canto del pájaro)
1 comentario:
Eso es, Victoria, dejarse amar, sólo eso.
Cariños.
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