lunes, 11 de octubre de 2010
El desierto
"La tierra prometida siempre está al otro lado del desierto" (Havelock Ellis)
Los israelitas del Antiguo Testamento tuvieron suerte: vagaron por el desierto tan sólo durante cuarenta años. La mayoría de nosotras recorremos a tropezones las pruebas, el horror y los triunfos del terreno de la vida durante mucho más tiempo, por lo general hasta que estamos preparadas, dispuestas y capacitadas para afrontar cara a cara la verdad sobre nosotras mismas: qué criaturas tan mágnificas, extraordinarias, gloriosas, poderosas, valientes y adorables que somos.
Sí, somos adorables. Sabemos que amamos; amar es la razón de ser de una mujer. Sin embargo, no sabemos que somos dignas de ser amadas hasta que partimos en busca de la tierra prometida o avanzamos tropezando hacia algo más.
Y es entonces cuando aparece el desierto. Se trata de un desvío necesario, crucial y divino para alcanzar la meta que somos nosotras mismas, una meta de la que hemos estado alejándonos toda la vida.
El desierto, palabra siniestra y ominosa que evoca al momento en nuestras mentes una idea de deseperación, vacío, desolación y, sobre todo, un sentimiento de impotencia. Esa es la razón de que la expresión bíblica "la voz que clama en el desierto" se utilice para designar el abandono más abyecto. Pese a todo tu llanto y rechinar de dientes, en el desierto nadie oye como se te parte el corazón excepto Dios,que es quien se supone que te envió allí.
Irónicamente, según las antiguas leyendas la palabra "desierto" no suscita la idea de un lugar de castigo, sino más bien de un sitio destinado al aprendizaje, el crecimiento espiritual, la comprensión, la curación y el perfeccionamiento.
El desierto es la expresión más cruda del amor. Un amor tan feroz que hace que nos alejemos de los demás, que nos separemos del mundo y de nosotros mismos, si eso es lo que necesitamos para recuperar la perspectiva. Muchos de nosotros padecemos un síndrome no diagnosticado de deficiencia crónica adulta de atención. Aunque a menudo no entre en nuestros planes, el cuidado del alma requiere algo más de medio minuto para un rápido: ¿Cómo te va"?.
En el desierto, el alma recibe todo el tiempo la atención que merece.
Piensa en él como la amputación espiritual radical de esas partes más nocivas y débiles de nuestras personalidades- miseria, soberbia, terquedad, odio hacia nosotros mismos- que nos privan de la manifestación del plan divino de nuestras vidas.
"Nacer es ser elegido. Nadie está aquí por accidente. Cada uno de nosotros ha sido enviado para un destino especial- afirma el poeta y teólogo irlandés John O´Donohue en su exquisito libro Anam Cara: A Book of Celtic Wisdom (Anam Cara: un libro de sabiduria celta)- Durante millones de años previos a tu llegada, el sueño de tu individualidad estaba siendo preparado con esmero. Se te envió a una manifestación del destino en la que fueras capaz de expresar el don especial que traes al mundo...En ocasiones ese don entrañará dolor y padecimientos inimaginables...Es en las profundidades de tu vida donde descubrirás la invisible necesidad que te ha traído aquí".
Se te envía al desierto por un motivo, y sólo uno: mujer, encuéntrate a ti misma.
(Sarah Ban Breathnach, Hacia el alma esencial)
ImagenFrida Kalho, Lo que el agua me trajo
Los israelitas del Antiguo Testamento tuvieron suerte: vagaron por el desierto tan sólo durante cuarenta años. La mayoría de nosotras recorremos a tropezones las pruebas, el horror y los triunfos del terreno de la vida durante mucho más tiempo, por lo general hasta que estamos preparadas, dispuestas y capacitadas para afrontar cara a cara la verdad sobre nosotras mismas: qué criaturas tan mágnificas, extraordinarias, gloriosas, poderosas, valientes y adorables que somos.
Sí, somos adorables. Sabemos que amamos; amar es la razón de ser de una mujer. Sin embargo, no sabemos que somos dignas de ser amadas hasta que partimos en busca de la tierra prometida o avanzamos tropezando hacia algo más.
Y es entonces cuando aparece el desierto. Se trata de un desvío necesario, crucial y divino para alcanzar la meta que somos nosotras mismas, una meta de la que hemos estado alejándonos toda la vida.
El desierto, palabra siniestra y ominosa que evoca al momento en nuestras mentes una idea de deseperación, vacío, desolación y, sobre todo, un sentimiento de impotencia. Esa es la razón de que la expresión bíblica "la voz que clama en el desierto" se utilice para designar el abandono más abyecto. Pese a todo tu llanto y rechinar de dientes, en el desierto nadie oye como se te parte el corazón excepto Dios,que es quien se supone que te envió allí.
Irónicamente, según las antiguas leyendas la palabra "desierto" no suscita la idea de un lugar de castigo, sino más bien de un sitio destinado al aprendizaje, el crecimiento espiritual, la comprensión, la curación y el perfeccionamiento.
El desierto es la expresión más cruda del amor. Un amor tan feroz que hace que nos alejemos de los demás, que nos separemos del mundo y de nosotros mismos, si eso es lo que necesitamos para recuperar la perspectiva. Muchos de nosotros padecemos un síndrome no diagnosticado de deficiencia crónica adulta de atención. Aunque a menudo no entre en nuestros planes, el cuidado del alma requiere algo más de medio minuto para un rápido: ¿Cómo te va"?.
En el desierto, el alma recibe todo el tiempo la atención que merece.
Piensa en él como la amputación espiritual radical de esas partes más nocivas y débiles de nuestras personalidades- miseria, soberbia, terquedad, odio hacia nosotros mismos- que nos privan de la manifestación del plan divino de nuestras vidas.
"Nacer es ser elegido. Nadie está aquí por accidente. Cada uno de nosotros ha sido enviado para un destino especial- afirma el poeta y teólogo irlandés John O´Donohue en su exquisito libro Anam Cara: A Book of Celtic Wisdom (Anam Cara: un libro de sabiduria celta)- Durante millones de años previos a tu llegada, el sueño de tu individualidad estaba siendo preparado con esmero. Se te envió a una manifestación del destino en la que fueras capaz de expresar el don especial que traes al mundo...En ocasiones ese don entrañará dolor y padecimientos inimaginables...Es en las profundidades de tu vida donde descubrirás la invisible necesidad que te ha traído aquí".
Se te envía al desierto por un motivo, y sólo uno: mujer, encuéntrate a ti misma.
(Sarah Ban Breathnach, Hacia el alma esencial)
ImagenFrida Kalho, Lo que el agua me trajo
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2 comentarios:
ay Victoria!
esto parece escrito para mi en este momento!!
Ay!...es que crecer duele!!
Un besote Betty
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