jueves, 21 de octubre de 2010
Y entonces, una camelia.
¿Qué guerra es esa que combatimos, seguros de nuestra derrota? Aurora tras aurora, extenuados ya de todas las batalla que aún están por venir, nos acompaña el espanto del día a día, ese pasillo sin fin que, en las horas postreras, serán nuestro destino por haberlo recorrido tantas veces. Sí, ángel mío, así es el día a día: tedioso, vacío y anegado en desdicha. Las calles del infierno no le son en nada ajenas; uno acaba allí un buen día por haber permanecido en ese pasillo demasiado tiempo. De un pasillo a las calles: entonces acontece la caída, sin sacudidas ni sorpresas. Cada día, volvemos a experimentar la tristeza del pasillo y, paso tras paso, seguimos el camino de nuestra lúgubre condena.
¿Vió él las calles? ¿Cómo se nace después de haber caído? ¿Qué pupilas nuevas sobre ojos calcinados? ¿Dónde empieza la guerra y dónde cesa el combate?
Entonces, una camelia.
(La elegancia del erizo, Muriel Barbery)
Porque una camelia puede cambiar el destino.
Imagen Camelias, Eduardo Naranjo
¿Vió él las calles? ¿Cómo se nace después de haber caído? ¿Qué pupilas nuevas sobre ojos calcinados? ¿Dónde empieza la guerra y dónde cesa el combate?
Entonces, una camelia.
(La elegancia del erizo, Muriel Barbery)
Porque una camelia puede cambiar el destino.
Imagen Camelias, Eduardo Naranjo
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