A finales del siglo XIX el crítico alemán Wilhelm Uhdee quedó impresionado al contemplar unos cuadros pintados de forma que huían de las reglas académicas imperantes en aquellos tiempos. Eran cuadros pintados con gran ingenuidad técnica pero con tal luminosidad y fuerza poética que hablaban directamente al corazón. Su autor era un sencillo pintor francés llamado Henri Rousseau, empleado en el fielato de la Puerta de Vanves (aunque luego sería llamado Rousseau el aduanero), que en sus horas libres y por simple intuición y grandes dotes imaginativas hacía una pintura nueva y atractiva y, aunque no dejaba de estar enraizada en las primitivas formas de expresión artística.
Hoy, Henri Rousseau es considerado PADRE DE LA PINTURA NAIF y a través del tiempo su estilo no se ha apagado, muy al contrario, han ido surgiendo pintores naifs que mantienen viva la llama de este estilo, que tiene su nacimiento directamente del corazón del artista sin pasar por cánones ni estrecheces intelectuales, que limitarían su frescura y libre sinceridad. Los seres y objetos representados no proyectan sombras, sino que brillan ellos mismos con una luz mágica que los envuelve en un halo de misteriosa realidad. (Oto Bihalji-Merin)
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