Arte, sin adjetivos, sin artificio, sin ambages en su consideración, que conmueva, aquello que posea emoción y misterio es lo que me impacta. No me gusta el rubro arte naif, pero está tan arraigado, tan aceptado y normalizado, que es temerario intentar otra calificación. Por naif, en general, se entiende un hacer autodidacta, gran colorido, perspectiva intuitiva, un producto ajeno a las reglas que rigen el arte académico. Aún, hay quienes lo identifican con un arte infantil, primitivo o desaliñado en las formas y composición.
Para mi es un arte delusorio, engañoso, confundidor, como es el flamenco, la poesía o el cine. Un arte que se esconde, que se camufla con la idea romántica de la honestidad. Y no todo lo honesto es arte, aunque fuere plausible. Es muy difícil y complejo luchar contra los falsos prestigios. ¿Cómo decir, sin colusión, que alguien, que se tiene por una estrella, hace baraterías y que, por contra, otra persona poco conocida expresa con digna soledad y solercia la grandeza del arte? Al naif se le colma de parentescos, de comparaciones, para intentar menospreciarlo o cuanto menos, tergiversar su entidad y horizonte.
Venancio Blanco, el maestro de la escultura y el dibujo, traductor del lenguaje de los mirlos, lleva muchos años luchando por promocionar el dibujo de los niños, por hacer que los niños despierten su natural concepción de la naturaleza y nos inunden con su inocencia y su naturalidad. El arte de los niños no es naif, es distinto a los impulsos de un adulto, que ha vivido, que está implicado en la dinámica social, más o menos contaminado. El arte primitivo tiene su tiempo concreto, obedece al despertar del hombre a la vida en sociedad, a la construcción simbólica del ser. El naif no es primitivo, es genuino, originario, simiente de un corazón desencontrado en la batahola banal del espectáculo.
Escribe Antonio Granados Valdés, naifista convencido, patriarcal y generoso, que se trata de “un estilo de vida, es una manera de ser, una necesidad vital”. Estas cualidades si que acercan a la realidad de esta arte mágica, que tanto y tan bien ha defendido y di-fundido Amparo Martí, otra musa naifista. El poeta Manuel Urbano, crítico y aedo, con aroma exquisito de quien se conoce cantor, se ha referido así al mundo del autor naif: “es el de la esperanza humana originaria, el de la utopía, el de la verdad recóndita sin fronteras ni edades. Por eso en él vibra la grandeza de la mirada que se enfrenta al sol”.
La grandeza y la humildad de la mirada que se enfrenta al sol, a la vida, con toda la humildad del mundo, sin la dictadura de las ideas recibidas, sin los modos de las modas.
El arte naif está definido por la naturalidad, por la solvencia de una presencia no adulterada, por la necesidad de un “desesperado testimoniar”. Poco que ver con el pulso infantil, ni con el balbuciente primitivo, con la decoración o con el arte bruto. Es la expresión que procede de un alma atormentada por la búsqueda de su alegría o su melancolía.
El arte, desde una óptica amplia, no está constreñido a la verdad, la pureza, la honestidad. Esos elementos pueden ser un medio, pero nunca un fin. El arte es plástico y por esa ventana accedemos al palacio de su realidad. Hay obras maravillosas, que son un emporio de verdad, pero, otras, ajenas por completo a ella, no dejan de tener un influjo social determinante.
Jacobo Fijman, de origen ruso, que escribió en español y se naturalizó argentino, de escasísima obra, dijo algunos de los fundamentos del arte y su refundación, cuando aseveró: “el arte tiene que volver a ser un acto de sinceridad”. Y esto vale para todos los que se acercan al arte, lo buscan o lo conocen. La chispa del arte es deudora de la inteligencia, cuando salta nos llena de resplandor y de vida, nos enriquece. Y nos ensancha el corazón. Esa chispa se esconde en la expresión de la presencia alucinada, con independencia de estructuras, soportes y colores ¿Acaso alcanza la profunda belleza de la fotografía en blanco y negro la de color? ¿Debe la inteligencia malrotar los tesoros del corazón?.
Éboli, ¡cuantas resonancias de hermosura y distinción!, presenta la IX Muestra de Arte Naif Europeo, congregando obras de artistas de diecinueve países. Setenta y dos autores comparten espacio, compitiendo en particularidad, cada uno con el alcance que le concede su talento, su fuerza interior y su ambición.¡ El arte siempre viene del talento!
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