Siempre se habla de un cambio colectivo, pero nunca llega y cada día hay más codicia, ofuscación, odio, rivalidades. ¿Qué puede hacer una espiritualidad verdadera para cambiar el mundo?
Se ha dicho que si por cada ciudad hubiera una persona despierta, verdaderamente despierta, cambiaría la faz del mundo. Todo lo peor surge de la ofuscación, en la que entroncan la desmesurada codicia y el odio. La tragedia es vivir de espaldas a lo mejor de uno mismo, creer ilusoriamente que no morimos (el “ milagro” es siempre creer que los que mueren son los otros) y no tratar de crecer interiormente y humanizarnos. Como dice Baba Sibananda, venimos aquí unos solos días para hacernos la foto y luego nos marchamos. El único sentido, y en eso la actitud de la verdadera espiritualidad es de enorme ayuda, es cooperar con nosotros mismos y con los demás. La espiritualidad verdadera, y no las iglesias instituidas, es la que puede mejorar el mundo… Pero para ello urge cambiar la mente, porque si el reformador no reforma su mente, por ejemplo, ¿qué tipo de reforma podemos esperar de él? De los políticos prefiero ni hablar: son actores frustrados. Como dijo Jesús, ciegos dirigiendo a otros ciegos y todos al barranco. Coincido plenamente con Krishnamurti cuando dijo que los políticos no son gentes de fiar, pero no quiere decir que no haya alguna excepción al respecto.
¿A qué hay que renunciar para ser libre?
Al afán de posesión, a la necedad y ofuscación de la mente, a la idea ilusoria de que podemos controlarlo todo, al apego y el aborrecimiento, a los viejos patrones y esquemas y filtros socioculturales. Morir para renacer. A cada momento, a cada instante, sin acarrear la mente vieja saturada de heridas, rencor, miedo, afán de venganza. Desidentificarse del ego para ser uno mismo; desalienarse, recuperar el hogar interior.
¿Cómo discernir la llamada de Jesús: deja todo y sígueme?
Deja tu ego, deja tu avaricia y tu afán de posesividad, deja tus dogmas y tus derroteros marcados por la avidez, deja el que crees que eres para realmente ser el que eres, deja los excesivos apegos mundanos, los dogmas y fanatismos que esclavizan y dañan a los otros, el legalismo y el poder, las palabras vacuas que no son seguidas de actos, la vanidad y la prepotencia.
¿Por qué hay tanta avidez y codicia en el mundo?
La codicia es el resultado del ego irrefrenablemente voraz, que solo quiere acumular y retener, que está en el tener y nunca en el ser. Es la mente calculadora y rentabilizadora, que no tiene fin, que es como un rapaz estómago sin fondo. Es el mayor mal de esta sociedad, la que crea todo tipo de desigualdades, explotaciones, denigraciones, manipulaciones, horror. La codicia no tiene fin y un sabio hindú la llamó el “círculo vicioso del noventa y nueve”. Cuando uno tiene de algo noventa y nueve, la mente dice “voy a redondear hasta cien” y cuando tiene ciento noventa y nueve, “voy a redondear hasta doscientos” y así sucesivamente. El signo del kali-yuga, la época más negra, es la codicia. Invade todos los estamentos, instituciones, y demás, como una marea negra y pestilente.
¿Dónde está la sabiduría? ¿Y dónde la gracia?
Dentro de uno. La gracia si estuviera fuera, vendría y se iría, pero está dentro de uno. Hay que ganarla, hay que activarla, hay que merecerla. No viene gratuitamente. Es lucidez y compasión. Igual que un ave necesita de ambas alas para remontar el vuelo, así las alas para remontar el vuelo hacia el Ser son la lucidez y la compasión.
Una ultima pregunta: ¿Cómo convertirse en uno mismo? ¿Cómo tratas tu de hacerlo?
Si un actor cuando está desempeñando un papel, se creé el personaje que interpreta: eso es alineación. Si nos creemos el yo social, eso es enajenamiento. No me lo creo, trato de no creérmelo jamás. Hay que despojarse de muchas cosas que están en uno para ser uno mismo. Considero esenciales la meditación y la contemplación. No hay que vivir en base al ilusorio yo idealizado, sino a si mismo; ni en base a descripciones ajenas o creencias con las que nos han adoctrinado. Hay que tomar el cielo por asalto, que quiere decir ser intrépido para merecerlo. Por eso en el yoga no solo hablamos de aprender, sino de desaprender. ¡Cuánto hay que desaprender para ser uno mismo!. Como digo en mi novela El Faquir, el deber de todo aprendiz es seguir aprendiendo. Siempre estoy aprendiendo. Me reviso, me vigilo para tratar de ir superando autoengaños y trabajar sobre mi lado difícil y confiar en los aliados internos. No hay día sin yoga ni meditación para mi. Pero todos los días traigo a mi mente un viejo adagio que me refirió un maestro: “Estamos en la vida para ayudarnos. No hay otra cosa que el amor”.
(Para leer la entrevista completa, visita la página www.revistanamast.com)
No hay comentarios:
Publicar un comentario