En un libro extraño y muy influyente en los años 50’ y 60’ titulado "La Diosa Blanca", el poeta, novelista y ensayista inglés Robert Graves expuso por primera vez sus ideas sobre el origen y el sentido del lenguaje poético, oponiéndolo al lenguaje prosaico. El libro, subtitulado "Una
Gramática Histórica del Mito Poético", se lee precisamente como un poema y no como un ensayo histórico-crítico. La argumentación es ingeniosa y no carece de lógica, pero se trata de una lógica íntima e incomunicable, salvo a través del lenguaje del mito y de la poesía. Se parece muchísimo a la lógica que se requiere para descifrar un sueño o los acertijos que plantean los sueños.
La tesis expuesta por Graves dice, de manera simplificada, que el lenguaje poético empleado extensamente antes de la Antigüedad Clásica en la cuenca del Mediterráneo era una forma de
lenguaje mágico altamente codificado que se relacionaba con rituales religiosos de origen antiquísimo, probablemente paleolítico, celebrados en honor de la diosa Luna, también conocida como Musa.
Para Graves este sigue siendo el lenguaje propio de toda poesía verdadera. Las invasiones
arias del período minoico destruyeron a la civilización matriarcal local y la suplantaron por el nuevo orden patriarcal. Los invasores procedieron a tomar los santuarios de la Diosa e impusieron a sus propios dioses, los que algunas veces se casaban con la diosa local original –que siempre era una versión ligeramente modificada de la diosa Luna– y otras simplemente
la desplazaban por completo del panteón oficial y la transformaban en demonio o en bruja.
Así se crearon nuevos mitos que servían para justificar cambios sociales, políticos y religiosos impuestos por la fuerza.
Los primeros filósofos griegos –Sócrates más que ningún otro– fueron los más eficaces propagandistas del nuevo orden, en particular entre la elite cultivada de raigambre aquea. Repudiaron el lenguaje mítico-poético de la Diosa como si fuera la peste. Para ellos la poesía mágica era un peligroso enemigo, ya que cuestionaba radicalmente la nueva religión de la razón. De hecho, el lenguaje poético del nuevo orden fue necesariamente racional y su patrono fue el dios del sol, Apolo.
La verdadera poesía, entonces, sería siempre producto de la inspiración de la Musa, que no es más que el avatar de la Triple Diosa en el monte Helicón. La Triple Diosa es la diosa Luna: la hermosa doncella blanca, la roja mujer fértil y la vieja segadora, negra como la Muerte. La verdadera poesía trata siempre sobre la mujer, pero no necesariamente sobre una mujer en particular o sobre las mujeres en general, sino sobre las cosas que las mujeres traen consigo al mundo: sobre el amor, el sexo y la muerte, sobre la oscuridad de la noche, el pálido brillo de la luna y sobre todas las cosas secretas y recónditas e incomunicables para el recto lenguaje
apolíneo.
Este sitio es el resultado de mi necesidad de expresarme en el lenguaje de la Diosa y retomar un vínculo mágico pasional que se había roto más o menos en la época en que dejé de asistir al taller literario de Pepe Donoso, a comienzos de los años 80’. Desde entonces no hice otra cosa sino escribir en el más prosaico de los lenguajes, el del ensayo y el informe científico. Como los discípulos de Aristóteles en la Academia, llegué a pensar que la sabiduría de la Diosa era en
realidad locura y que su poderosa existencia era sólo un mito. Sin darme cuenta fui internándome en un laberinto que poco a poco me conducía a un callejón sin salida, hasta que el azar –¿el azar objetivo de Bretón, tal vez?– puso en mis manos el libro de Graves y, en enero del año 2003 leí los dos últimos párrafos del prólogo, que me llegaron como una bofetada:
‘¿Cuál es la utilidad o la función de la poesía en la actualidad?’ es una pregunta no menos acerba porque la hagan con insolencia tantos estúpidos o la respondan con apologías tantos tontos. La función de la poesía es la invocación religiosa de la Musa; su utilidad es la mezcla de exaltación y de horror que su presencia suscita.
¿Pero ‘en la actualidad’? La función y la utilidad siguen siendo las mismas; sólo la aplicación ha cambiado.
Esta era en un tiempo una advertencia al hombre de que debía mantenerse en armonía con la familia de criaturas vivientes entre las cuales había nacido, mediante la obediencia a los deseos del ama de casa; ahora es un recordatorio de que no ha tenido en cuenta la advertencia, ha trastornado la casa con sus caprichosos experimentos en la filosofía, la ciencia y la industria, y se ha arruinado a sí mismo y a su familia.
La ‘actual’ es una civilización en la que son deshonrados los principales emblemas de la poesía. En la que la serpiente, el león y el águila corresponden a la carpa de circo; el buey, el salmón y el jabalí a la fábrica y al aserradero. En la que la Luna es menospreciada como un apagado satélite de la Tierra y la mujer es considerada como ‘personal auxiliar del Estado’.
En la que el dinero puede comprar casi todo menos la verdad y a casi todos menos al poeta poseído por la verdad.
Decid, si queréis, que soy la zorra que ha perdido el rabo; no soy sirviente de nadie y he decidido vivir en las afueras de una aldea montañesa de Mallorca, católica pero anticlerical, donde la vida se rige todavía por el viejo ciclo agrícola.
Sin mi rabo, o sea sin mi contacto con la civilización urbana, todo lo que escribo tiene que ser leído perversa e impertinentemente por aquellos de vosotros que estáis todavía engranados a la maquinaria industrial, ya sea directamente, en calidad de obreros, administradores, comerciantes o empresarios, o ya indirectamente, en calidad de funcionarios públicos, editores, periodistas, maestros de escuela o empleados de una corporación de radiotelefonía.
Si sois poetas, os daréis cuenta de que la aceptación de mi tesis histórica os compromete a una confesión de deslealtad que estaréis poco dispuestos a hacer; elegisteis vuestras tareas porque prometían proporcionaros un ingreso seguro y tiempo para prestar a la Diosa que adoráis un valioso servicio de media jornada.
Preguntaréis quién soy yo para advertiros que ella exige un servicio de jornada completa o ninguno absolutamente.
¿Y acaso os sugiero que renunciéis a vuestras tareas y, por falta de capital suficiente, os establezcáis como pequeños arrendatarios u os convirtáis en pastores románticos –como hizo Don Quijote cuando no pudo ponerse de acuerdo con el mundo moderno– en remotas granjas no mecanizadas?
No, mi falta de rabo me impide hacer cualquier sugerencia práctica. Sólo me atrevo a hacer una exposición histórica del problema; no me interesa cómo os las arregláis con la Diosa. Ni siquiera sé si sois serios en vuestra profesión poética".
(Robert Graves, La diosa blanca)
que se rigen por el justo medio del dios Apolo,
despreciando a los cuales navegué para buscarla
en lejanas regiones, donde era más probable hallar a aquélla
a la que deseaba conocer más que todas las cosas,
la hermana del espejismo y del eco.
"La Diosa Blanca" (1948)
Imagenes del blog Carmensabes pesia y arte, Kasper Kalinowsnoki
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