y si no, cómo iba yo a comprender esta noche, al no encontrarte ahí arriba, que no se ha caído ninguna estrella del firmamento a pesar de que te hayas marchado lejos. sigues en ese cielo donde nuestros nombres no siempre brillan con la misma intensidad pero sí guardan los destellos que los hicieron sonreír alguna vez. tenía ganas de contarte que tu tejedora de sueños no tiene rostro para que cada uno pueda intuir en ella sus propias pupilas y reconocer en el hueco de sus labios los besos que aún no nos atrevimos a entregar.
se hace tarde, Victoria. la noche siempre llega a la memoria como un fuego inverso, que nos devuelve al rojo vivo lo que creíamos apagado o demasiado tenue. sé que estás en ese cielo y que sonríes mientras dibujas un camino invisible que parte hacia territorios increados. si miras al oeste, justo después de que el sol traspase los naranjas, estaré ahí un instante, descifrando la cadencia de la brisa sobre mejillas que mis manos sostienen, con la mirada cómplice, sabiendo, como sé, que toda la luz acrisolada en tus pupilas se conjuga en amor cuando la música se viste de colores y tus pinceles danzan sobre páramos albinos, dibujando sinfonías inmortales donde antes sólo había vacío y latidos sin alma.
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