lunes, 11 de julio de 2011
Erase una vez...
Erase un hombre que amaba sin esperanza. Se había encerrado por entero dentro de si e imaginaba irse consumiendo en la llama de su amor. El mundo desapareció para él. No veía el cielo azul ni el bosque verde; no oía el murmurio del arroyo, ni los sones del arpa; todo en derredor suyo se había desvanecido, dejándole abandonado.
Su amor creció, sin embargo, de tal suerte, que, que prefirió consumirse y morir en su hoguera antes que renunciar a la posesión de aquella mujer. Y entonces, sintió que su amor devoraba todo lo que en él había distinto, se hacia poderoso e imponía a la amada lejana una imperiosa atracción, haciéndola acudir a su lado.
Pero cuando abrió los brazos para recibirla en ellos, la advirtió transformada, y vio y sintió sobrecogido, que había atraído a sí todo el mundo perdido. Estaba allí, ante él, y se le daba por entero; cielo, bosque y arroyo volvían a él con nuevos colores, llenos de vida y de luz, le pertenecían y hablaban su lenguaje. Y, en lugar de ganar tan solo una mujer, tenía el Mundo entero en su corazón y cada una de las estrellas del cielo resplandecían en él e irradiaban placer por toda su alma...
Había amado, y amando se había encontrado a sí mismo. Pero la mayoría de los hombres aman para perderse en su amor.
(Demian, herman Hesse)
Su amor creció, sin embargo, de tal suerte, que, que prefirió consumirse y morir en su hoguera antes que renunciar a la posesión de aquella mujer. Y entonces, sintió que su amor devoraba todo lo que en él había distinto, se hacia poderoso e imponía a la amada lejana una imperiosa atracción, haciéndola acudir a su lado.
Pero cuando abrió los brazos para recibirla en ellos, la advirtió transformada, y vio y sintió sobrecogido, que había atraído a sí todo el mundo perdido. Estaba allí, ante él, y se le daba por entero; cielo, bosque y arroyo volvían a él con nuevos colores, llenos de vida y de luz, le pertenecían y hablaban su lenguaje. Y, en lugar de ganar tan solo una mujer, tenía el Mundo entero en su corazón y cada una de las estrellas del cielo resplandecían en él e irradiaban placer por toda su alma...
Había amado, y amando se había encontrado a sí mismo. Pero la mayoría de los hombres aman para perderse en su amor.
(Demian, herman Hesse)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
realmente una belleza!!
un abrazo, Victoria
Un abrazo Clarissa!
Publicar un comentario